Lastanosa y sus jardines, 1
Voy a introducir en próximas entradas (ahora que parece que el tiempo se esponja un poco al acabarse las clases) algunas de las ideas acerca de Lastanosa que se barajaron (y que yo mismo expuse) en la Conferencia Internacional de Huesca, a caballo entre finales de mayo y principios de junio.
Procuraré resumir porque las ramificaciones posibles son tantas que apenas quedaría tiempo para dedicarse a otra cosa.
De la Conferencia saqué tres conclusiones que me parecen claves a la hora de ahondar en la historia del prócer aragonés. La primera, que existen bastantes datos y documentos pero que no están todos, ni mucho menos, bien estudiados. Una buena parte del debate de los expertos recayó sobre la veracidad o no de los documentos que cada cual empleaba (debo decir que se distinguían dos, y en ocasiones hasta tres, bandos o facciones, al parecer irreconciliables. No señalaré a ninguna y, mucho menos, pondré nombres, pero es enormemente llamativo que asuntos que debieran decidirse científicamente (aportando pruebas y aplicando la lógica) dependían muchas veces de la orientación investigadora de cada cual, rara vez coincidente con la de otros. No dejó de asombrarme el arriscamiento de algunas intervenciones y la actitud de algunas personas que, como mínimo, habrían de saber que la razón no se tiene: se ejerce con razones.
La segunda conclusión depende, en parte, de esta primera. De lo que hay, no sabemos en firme todo lo que habría de saberse para juzgar adecuadamente. El proceso historiográfico (y me remito ya a los jardines, en concreto) depende de muchos factores, incluyendo el punto de vista del historiador. Pero no es ajeno a los datos de que se dispone ni, mucho menos, a la interpretación que se les da, sobre todo si se pretende "hacerles hablar" de forma coordinada, orientándolos a formarnos un cierto juicio que apoye determinadas conclusiones. En este sentido, falta (lo digo siempre y sé que me repito) una "lectura" jardinera de los datos sobre los jardines. Pongo un ejemplo. El programa iconográfico del jardín de Lastanosa es muy sugestivo y ha de estudiarse a fondo. Puede que las estatuas sean, en cierto modo, independientes de la piedra que las forma y del cantero que las talla. Pero no ocurre tal cosa con las plantas del jardín, lo que equivale a decir que tampoco ocurre con el jardín mismo. Las plantas dependen del agua de manera absoluta. Ergo descubrir cómo se regaba en el siglo XVII no es nada accesorio: por el contrario, es esencial para descubrir cómo eran los jardines. Así, el hecho (que se produjo) de que una persona de Huesca dijera que en su infancia había jugado en el parque Miguel Servet (que ocupa en parte los terrenos de los antiguos jardines de Lastanosa, de los que no se sabe con exactitud cuándo desaparecieron aunque parece que pudo ser el siglo XVIII) y que recuerda la presencia de un pozo, queriendo liquidar así, de un plumazo, el método de riego de los jardines de Lastanosa, es poco menos que risible. Y nada científico. Porque un pozo puede tener o no caudal para regar una parcela de unas 3,5 hectáreas (la superficie de huertas y jardines lastanosinos que he calculado basándome en los datos disponibles) pero un pozo no puede regar nada a menos que se saque agua de él. Perogrullo ¿verdad? Pues olvidado por esa persona (y algunas otras) porque no se ha descubierto ni consta en parte alguna que hubiera norias o similares para extraer agua en cantidad para regar una superficie así. La solución apunta a conocer las acequias y canales que existían en Huesca en aquella época y de los cuales hay noticias de finales del XIX: cosa, evidentemente, muy lejana aún y que exige investigaciones de mayor enjundia para retroceder lo más posible, si se puede hasta el mismo siglo XVII.
La tercera conclusión es que, y sigo hablando de jardines, hay un enorme abismo de cosas por estudiar. Enumero sólo algunas de las cuestiones que me han salido al paso en mi preparación de la ponencia que presenté a la Conferencia. Laberintos, relojes de sol, métodos de riego, tenencia de la tierra y repartos de aguas comunes en turnos, mano de obra, organización de trabajos en obras de agricultura y jardinería, excavaciones y movimientos de tierras, plantas cultivadas en jardines (además de las traídas de América y de otras partes), relación de las plantas con los tratados agronómicos y las modas de la época, maquinaria y herramientas (hidráulica y agraria) de aplicación a jardinería, etcétera, etcétera, etcétera. Es ingente la cantidad de asuntos que resultan oscuros o incluso negros cuando se fija la mirada en ellos. Muchos son inevitablemente confusos: eso es consecuencia inevitable de la lejanía con la que los miramos. Pero en jardinería, además, muchos son de un negro azabache porque no se han estudiado nunca, al menos entre nosotros. Hará falta una plétora de investigadores y muchos años por delante para que la jardinería llegue a colocarse más o menos al mismo nivel que otras disciplinas artísticas. O más bien toda una vida.
Procuraré resumir porque las ramificaciones posibles son tantas que apenas quedaría tiempo para dedicarse a otra cosa.
De la Conferencia saqué tres conclusiones que me parecen claves a la hora de ahondar en la historia del prócer aragonés. La primera, que existen bastantes datos y documentos pero que no están todos, ni mucho menos, bien estudiados. Una buena parte del debate de los expertos recayó sobre la veracidad o no de los documentos que cada cual empleaba (debo decir que se distinguían dos, y en ocasiones hasta tres, bandos o facciones, al parecer irreconciliables. No señalaré a ninguna y, mucho menos, pondré nombres, pero es enormemente llamativo que asuntos que debieran decidirse científicamente (aportando pruebas y aplicando la lógica) dependían muchas veces de la orientación investigadora de cada cual, rara vez coincidente con la de otros. No dejó de asombrarme el arriscamiento de algunas intervenciones y la actitud de algunas personas que, como mínimo, habrían de saber que la razón no se tiene: se ejerce con razones.
La segunda conclusión depende, en parte, de esta primera. De lo que hay, no sabemos en firme todo lo que habría de saberse para juzgar adecuadamente. El proceso historiográfico (y me remito ya a los jardines, en concreto) depende de muchos factores, incluyendo el punto de vista del historiador. Pero no es ajeno a los datos de que se dispone ni, mucho menos, a la interpretación que se les da, sobre todo si se pretende "hacerles hablar" de forma coordinada, orientándolos a formarnos un cierto juicio que apoye determinadas conclusiones. En este sentido, falta (lo digo siempre y sé que me repito) una "lectura" jardinera de los datos sobre los jardines. Pongo un ejemplo. El programa iconográfico del jardín de Lastanosa es muy sugestivo y ha de estudiarse a fondo. Puede que las estatuas sean, en cierto modo, independientes de la piedra que las forma y del cantero que las talla. Pero no ocurre tal cosa con las plantas del jardín, lo que equivale a decir que tampoco ocurre con el jardín mismo. Las plantas dependen del agua de manera absoluta. Ergo descubrir cómo se regaba en el siglo XVII no es nada accesorio: por el contrario, es esencial para descubrir cómo eran los jardines. Así, el hecho (que se produjo) de que una persona de Huesca dijera que en su infancia había jugado en el parque Miguel Servet (que ocupa en parte los terrenos de los antiguos jardines de Lastanosa, de los que no se sabe con exactitud cuándo desaparecieron aunque parece que pudo ser el siglo XVIII) y que recuerda la presencia de un pozo, queriendo liquidar así, de un plumazo, el método de riego de los jardines de Lastanosa, es poco menos que risible. Y nada científico. Porque un pozo puede tener o no caudal para regar una parcela de unas 3,5 hectáreas (la superficie de huertas y jardines lastanosinos que he calculado basándome en los datos disponibles) pero un pozo no puede regar nada a menos que se saque agua de él. Perogrullo ¿verdad? Pues olvidado por esa persona (y algunas otras) porque no se ha descubierto ni consta en parte alguna que hubiera norias o similares para extraer agua en cantidad para regar una superficie así. La solución apunta a conocer las acequias y canales que existían en Huesca en aquella época y de los cuales hay noticias de finales del XIX: cosa, evidentemente, muy lejana aún y que exige investigaciones de mayor enjundia para retroceder lo más posible, si se puede hasta el mismo siglo XVII.
La tercera conclusión es que, y sigo hablando de jardines, hay un enorme abismo de cosas por estudiar. Enumero sólo algunas de las cuestiones que me han salido al paso en mi preparación de la ponencia que presenté a la Conferencia. Laberintos, relojes de sol, métodos de riego, tenencia de la tierra y repartos de aguas comunes en turnos, mano de obra, organización de trabajos en obras de agricultura y jardinería, excavaciones y movimientos de tierras, plantas cultivadas en jardines (además de las traídas de América y de otras partes), relación de las plantas con los tratados agronómicos y las modas de la época, maquinaria y herramientas (hidráulica y agraria) de aplicación a jardinería, etcétera, etcétera, etcétera. Es ingente la cantidad de asuntos que resultan oscuros o incluso negros cuando se fija la mirada en ellos. Muchos son inevitablemente confusos: eso es consecuencia inevitable de la lejanía con la que los miramos. Pero en jardinería, además, muchos son de un negro azabache porque no se han estudiado nunca, al menos entre nosotros. Hará falta una plétora de investigadores y muchos años por delante para que la jardinería llegue a colocarse más o menos al mismo nivel que otras disciplinas artísticas. O más bien toda una vida.
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