Cuestiones de ética
La referencia que me sirve aquí es Joachim Wolschke-Bulmahn: "Ethics and morality. Questions in the history of garden and landscape design: a preliminary essay", en Journal of Garden History, 1994, pp-140-146.
No deseo entrar en las consideraciones generales que hace el autor y que darían, creo yo, para un artículo entero. Así su definición de ética, tomada de la edición de la Encyclopedia of Philosophy, es, por no decir más, un tanto simple. Que la ética consista [sólo] en "to critize irrational moral beliefs and to search for certain, rationally justifiable moral principles" [p. 140] me parece una simplificación excesiva. Si se atiende al panorama (ni siquiera muy amplio) que presenta la Encyclopedia of Philosophy en la red, se ve que hay mucho más campo del expresado por el autor para servirse de guía. Más: no es válido que se eluda el tema por tratarse "sólo" de una aplicación de la ética al jardín. Por el contrario, hace falta una presentación, una definición matizada convenientemente para saber con precisión de qué estamos hablando. Por no hablar de esa "crítica a las creencias morales irracionales" que es una petición de principio; antes de criticar hay que establecer un baremo para situar en el campo de lo moral lo que lo es y lo que no lo es.
Sólo quiero hacer una reflexión al hilo de lo que autor apunta en su artículo. El asunto más importante es, seguramente, el debate según se plantea en la actualidad. Pero Wolschke-Bulhman mete demasiados asuntos en el mismo cesto, empezando por sus profesiones: arquitectos paisajistas, conservacionistas de la naturaleza, ecologistas y demás [p. 141]. El error es de partida al hablar de jardín y paisaje, aunque seguramente no puede evitarse. Pero, sólo por aportar profesiones que digan algo o tengan algo que ver sobre el paisaje, se me ocurren: geógrafos, biólogos, ecólogos (no sólo los ecologistas), historiadores, artistas de diverso cuño, sociólogos, ingenieros de diversas ramas, geólogos... sin olvidar a los agricultores. La lista es casi interminable, porque toda actividad humana se asienta, directa o indirectamente en el paisaje. De modo que hay que delimitar, demarcar, primero, para poder situar después. El resultado es que, a partir de aquí, el artículo respira un enfoque conservacionista-ecologista que poco tiene que ver con el paisaje tal y como lo entienden los arquitectos, los paisajistas (no sólo los arquitectos-paisajistas, de esto hablaré próximamente en una entrada) o los ingenieros, aunque todos estén relacionados entre sí. El texto mezcla continuamente enfoques ambientalistas (environmental problems) con enfoques desdibujados de tipo jardinero o paisajista. Aclarémonos: un jardín no es la naturaleza. Más: incluso hacer un jardín es "forzar", "violentar" la naturaleza. Hasta tal punto es así, que en el siglo XX una de las modas jardineras ha sido la reivindicación de un diseño "sostenible", de la utilización de plantas "autóctonas", de uso de un esquema más "naturalista". ¡Justamente porque el jardín, usando los elementos de la naturaleza, crea una obra artificial que se separa de ella! ¡En eso consiste su valor, en que es una obra humana! Todo lo demás son metáforas, pero esto es meridianamente claro.
Y es aquí, justamente donde aparece la moralidad. Basten tres ejemplos elementales que pueden ampliarse ad infinitum. ¿Es moral hacer jardines y malbaratar la naturaleza? Esa podría ser una pregunta de partida. Pero hay muchas más. Muchos jardines son privados. ¿Existe un derecho a malbaratar la naturaleza aun siendo un sector de la misma de propiedad privada? Cuando uno vive en una urbanización y tiene 100 metros cuadrados de parcela puede no tener gran importancia: cuando uno plantea un campo de golf, un hotel lujo o una reserva (ajardinados) en lugares de naturaleza preservable, la pregunta es sumamente pertinente. Por no olvidar el ejemplo de la presencia de algas o plantas acuáticas exóticas que han pasado de los acuarios a los ríos y el mar y están planteando problemas ecológicos realmente graves. Otro tanto podría escrutarse también en la jardinería, con otras especies de herbáceas, por ejemplo. Muchos jardines son públicos. ¿Cómo debe plantearse esa propiedad pública que se paga con dinero de todos y que pretende valores higienistas y saludables, generalmente en el centro de las ciudades? He ahí unas líneas fértiles de investigación que nos llevan muy, muy lejos, sin necesidad de incluir en esto la discusión de las contaminaciones de las selvas amazónicas o la regulación de los grandes cursos de agua en Rusia y China. Imagínese el campo para la discusión si en lugar de "jardín" hablamos de "paisaje" y de sus relaciones. Es indudable que hacen falta unas coordenadas previas para poder navegar en este amplísimo, repito, amplísimo, y proceloso, mar de las definiciones y las atribuciones morales.
Está muy claro, para concluir este brevísimo comentario, que la cuestión de la moralidad es muy amplia y no abordable mediante simplificaciones bien intencionadas. Y, como de costumbre, parece importante contar con una teoría del jardín (y su relación con el paisaje) que sitúe el terreno de la discusión en sus justos términos antes de profundizar para no llegar a malentendidos y sí a clarificaciones.
Y una nota añadida: Assunto, Venturi Ferriolo y Cooper, por citar sólo unos pocos, hablan de democracia en relación con los jardines. Habrá que estudiar y matizar este asunto pero la ética, desde luego, no se agota en una mirada sobre el planeta que nos aocge.
No deseo entrar en las consideraciones generales que hace el autor y que darían, creo yo, para un artículo entero. Así su definición de ética, tomada de la edición de la Encyclopedia of Philosophy, es, por no decir más, un tanto simple. Que la ética consista [sólo] en "to critize irrational moral beliefs and to search for certain, rationally justifiable moral principles" [p. 140] me parece una simplificación excesiva. Si se atiende al panorama (ni siquiera muy amplio) que presenta la Encyclopedia of Philosophy en la red, se ve que hay mucho más campo del expresado por el autor para servirse de guía. Más: no es válido que se eluda el tema por tratarse "sólo" de una aplicación de la ética al jardín. Por el contrario, hace falta una presentación, una definición matizada convenientemente para saber con precisión de qué estamos hablando. Por no hablar de esa "crítica a las creencias morales irracionales" que es una petición de principio; antes de criticar hay que establecer un baremo para situar en el campo de lo moral lo que lo es y lo que no lo es.
Sólo quiero hacer una reflexión al hilo de lo que autor apunta en su artículo. El asunto más importante es, seguramente, el debate según se plantea en la actualidad. Pero Wolschke-Bulhman mete demasiados asuntos en el mismo cesto, empezando por sus profesiones: arquitectos paisajistas, conservacionistas de la naturaleza, ecologistas y demás [p. 141]. El error es de partida al hablar de jardín y paisaje, aunque seguramente no puede evitarse. Pero, sólo por aportar profesiones que digan algo o tengan algo que ver sobre el paisaje, se me ocurren: geógrafos, biólogos, ecólogos (no sólo los ecologistas), historiadores, artistas de diverso cuño, sociólogos, ingenieros de diversas ramas, geólogos... sin olvidar a los agricultores. La lista es casi interminable, porque toda actividad humana se asienta, directa o indirectamente en el paisaje. De modo que hay que delimitar, demarcar, primero, para poder situar después. El resultado es que, a partir de aquí, el artículo respira un enfoque conservacionista-ecologista que poco tiene que ver con el paisaje tal y como lo entienden los arquitectos, los paisajistas (no sólo los arquitectos-paisajistas, de esto hablaré próximamente en una entrada) o los ingenieros, aunque todos estén relacionados entre sí. El texto mezcla continuamente enfoques ambientalistas (environmental problems) con enfoques desdibujados de tipo jardinero o paisajista. Aclarémonos: un jardín no es la naturaleza. Más: incluso hacer un jardín es "forzar", "violentar" la naturaleza. Hasta tal punto es así, que en el siglo XX una de las modas jardineras ha sido la reivindicación de un diseño "sostenible", de la utilización de plantas "autóctonas", de uso de un esquema más "naturalista". ¡Justamente porque el jardín, usando los elementos de la naturaleza, crea una obra artificial que se separa de ella! ¡En eso consiste su valor, en que es una obra humana! Todo lo demás son metáforas, pero esto es meridianamente claro.
Y es aquí, justamente donde aparece la moralidad. Basten tres ejemplos elementales que pueden ampliarse ad infinitum. ¿Es moral hacer jardines y malbaratar la naturaleza? Esa podría ser una pregunta de partida. Pero hay muchas más. Muchos jardines son privados. ¿Existe un derecho a malbaratar la naturaleza aun siendo un sector de la misma de propiedad privada? Cuando uno vive en una urbanización y tiene 100 metros cuadrados de parcela puede no tener gran importancia: cuando uno plantea un campo de golf, un hotel lujo o una reserva (ajardinados) en lugares de naturaleza preservable, la pregunta es sumamente pertinente. Por no olvidar el ejemplo de la presencia de algas o plantas acuáticas exóticas que han pasado de los acuarios a los ríos y el mar y están planteando problemas ecológicos realmente graves. Otro tanto podría escrutarse también en la jardinería, con otras especies de herbáceas, por ejemplo. Muchos jardines son públicos. ¿Cómo debe plantearse esa propiedad pública que se paga con dinero de todos y que pretende valores higienistas y saludables, generalmente en el centro de las ciudades? He ahí unas líneas fértiles de investigación que nos llevan muy, muy lejos, sin necesidad de incluir en esto la discusión de las contaminaciones de las selvas amazónicas o la regulación de los grandes cursos de agua en Rusia y China. Imagínese el campo para la discusión si en lugar de "jardín" hablamos de "paisaje" y de sus relaciones. Es indudable que hacen falta unas coordenadas previas para poder navegar en este amplísimo, repito, amplísimo, y proceloso, mar de las definiciones y las atribuciones morales.
Está muy claro, para concluir este brevísimo comentario, que la cuestión de la moralidad es muy amplia y no abordable mediante simplificaciones bien intencionadas. Y, como de costumbre, parece importante contar con una teoría del jardín (y su relación con el paisaje) que sitúe el terreno de la discusión en sus justos términos antes de profundizar para no llegar a malentendidos y sí a clarificaciones.
Y una nota añadida: Assunto, Venturi Ferriolo y Cooper, por citar sólo unos pocos, hablan de democracia en relación con los jardines. Habrá que estudiar y matizar este asunto pero la ética, desde luego, no se agota en una mirada sobre el planeta que nos aocge.
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