El jardín y su historia
Conocer la historia del jardín (no meramente la de los jardines) es importante por diversos motivos.
El primero es el propio de toda disciplina: hay que saber de qué trata o de qué trató. Es una curiosidad general que permite centrar el asunto del que se habla. Está claro que un químico puede prescindir de los conocimientos alquímicos, pero es seguro que si conoce el desarrollo razonado de la historia de la química (por lo menos la que va de Lavoisier hasta el siglo XX) enriquecerá su visión sobre su propio trabajo.
El segundo es más específico. La historia del jardín revela la posición de esta construcción humana en el campo amplio de la cultura y del arte y por ello es reveladora también del papel que los jardines han tenido en la historia reciente de la humanidad. Lo que a su vez, y por una a modo de extrapolación, indica con claridad qué sentido pueden tener los jardines y parques que se diseñan y se plantan hoy.
Todavía hay un tercer aspecto que es de mucho más calado. Se trata del estilo. Podemos imaginarlo como una cascada: el ser humano está rodeado de naturaleza y forma parte de ella. Al mirar y usar ciertas áreas de la naturaleza crea lo que, en términos amplios, se denomina paisaje, un a modo de fragmento visual o de apropiación de un segmento de la naturaleza. Cuando quiere crear un jardín (que, entre otras cosas, supone un acercamiento y esa peculiarísima apropiación de la naturaleza) elige instintiva o conscientemente un modelo: justamente el que le da el paisaje circundante. Si a ese modelo se le aplican determinadas restricciones o desarrollos mediados por los conocimientos técnicos, la cultura en general y el arte, se obtiene un estilo de jardín. De modo que el estudio de la historia del jardín es, a su vez, estudio de sus estilos históricos y de las influencias que han permitido llegar a ellos. Lo cual tiene una consecuencia inmediata clarísima: podemos extrapolar esos conocimientos para comprender, analizar y estudiar los estilos actuales, sus influencias y sus tendencias.
A diferencia del químico, es esencial que el paisajista conozca bien lo que se ha hecho antes y por qué: de ese modo está en disposición de seguir a partir de lo ya hecho y no creer, por el contrario, que inventa algo que, podría ser, ya se hizo un siglo antes. La comparación con los músicos o los novelistas es reveladora: será bonito escuchar una sinfonía "al estilo de Beethoven" compuesta en 2005 o leer un entretenido folletón "al estilo de Pérez Galdós" escrito en 2007. Lo que en su día aportaron el de Bonn y de Las Palmas fue enorme y merecedor de los máximos reconocimientos. Lo que hoy supone recrear esas composiciones musicales o escritas no pasa de ser un ejercicio escolástico. Igual con los jardines.
El primero es el propio de toda disciplina: hay que saber de qué trata o de qué trató. Es una curiosidad general que permite centrar el asunto del que se habla. Está claro que un químico puede prescindir de los conocimientos alquímicos, pero es seguro que si conoce el desarrollo razonado de la historia de la química (por lo menos la que va de Lavoisier hasta el siglo XX) enriquecerá su visión sobre su propio trabajo.
El segundo es más específico. La historia del jardín revela la posición de esta construcción humana en el campo amplio de la cultura y del arte y por ello es reveladora también del papel que los jardines han tenido en la historia reciente de la humanidad. Lo que a su vez, y por una a modo de extrapolación, indica con claridad qué sentido pueden tener los jardines y parques que se diseñan y se plantan hoy.
Todavía hay un tercer aspecto que es de mucho más calado. Se trata del estilo. Podemos imaginarlo como una cascada: el ser humano está rodeado de naturaleza y forma parte de ella. Al mirar y usar ciertas áreas de la naturaleza crea lo que, en términos amplios, se denomina paisaje, un a modo de fragmento visual o de apropiación de un segmento de la naturaleza. Cuando quiere crear un jardín (que, entre otras cosas, supone un acercamiento y esa peculiarísima apropiación de la naturaleza) elige instintiva o conscientemente un modelo: justamente el que le da el paisaje circundante. Si a ese modelo se le aplican determinadas restricciones o desarrollos mediados por los conocimientos técnicos, la cultura en general y el arte, se obtiene un estilo de jardín. De modo que el estudio de la historia del jardín es, a su vez, estudio de sus estilos históricos y de las influencias que han permitido llegar a ellos. Lo cual tiene una consecuencia inmediata clarísima: podemos extrapolar esos conocimientos para comprender, analizar y estudiar los estilos actuales, sus influencias y sus tendencias.
A diferencia del químico, es esencial que el paisajista conozca bien lo que se ha hecho antes y por qué: de ese modo está en disposición de seguir a partir de lo ya hecho y no creer, por el contrario, que inventa algo que, podría ser, ya se hizo un siglo antes. La comparación con los músicos o los novelistas es reveladora: será bonito escuchar una sinfonía "al estilo de Beethoven" compuesta en 2005 o leer un entretenido folletón "al estilo de Pérez Galdós" escrito en 2007. Lo que en su día aportaron el de Bonn y de Las Palmas fue enorme y merecedor de los máximos reconocimientos. Lo que hoy supone recrear esas composiciones musicales o escritas no pasa de ser un ejercicio escolástico. Igual con los jardines.
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