viernes, 27 de abril de 2007

Ecos de Justus Lipsius. Acerca del jardín estoico

"El jardín estoico". Así se titula el artículo de Mark Morford ("The stoic garden", Journal of Garden History, vol. 7, 2, pp. 151-175), aunque, más en concreto, el texto se refiere al jardín "neoestoico" que desarrolló el filósofo y humanista holandés Justus Lipsius (1547-1606), en la práctica coétaneo, como se ve, de Montaigne y de Bacon, por proponer dos nombres relacionados con la filosofía y los jardines.

Morford afirma que los jardines fueron importantes para Lipsius y se propone en el artículo examinar la vuelta del estoicismo de la mano de este filósofo y del papel que tuvo el jardín en ese regreso. Es de rigor, pero también llamativo, que desde las primeras líneas nos recuerde que hasta ese momento el jardín había sido el símbolo del placer epicúreo y, por tanto, escenario de otra opción filósofica, cosa que se olvida fácilmente. La idea del locus amoenus medieval que pasó luego al Renacimiento no casa, en efecto, con la nueva fórmula que el (neo) estoicismo propone.

Uno de los cambios, significativo, es la aparición de una horti lex. A partir de esta época (y el estudio conjunto está todavía por hacer aunque David Coffin le ha dedicado cierta atención) estas leges hortorum se hacen consuetudinarias a los jardines. Expresan su uso (incluso regulan su apertura al público en general, lo que nos lleva de nuevo a la dicotomía jardín cerrado/jardín abierto) y por ello deben considerarse como expresivas de una nueva manera de concebir el jardín. Cierto que éste sigue siendo un lugar agradable, placentero, pero también presenta otras utilidades que requieren de conocimiento y de instrucción. De ahí, la regulación de su uso. Recuerdo de paso, pero me parece pertinente hacerlo, que los estoicos se caracterizaron por una postura ética de tipo universalista y, por ello, con máximas comunes para todos. En el caso de los jardines, eso es lo que vienen a ser las leges hortorum.

Morford se refiere también a los "jardines" que se mencionan en la literatura griega. Si pongo entre paréntesis el término es porque dudo, y mucho, acerca del verdadero carácter de jardín de esos lugares: el de las Hespérides, el de Alcínoo, los de Adonis. Se trata más bien de lugares naturales remozados o enriquecidos, y los de Adonis no pasan de ser una metáfora vegetal del trascurso vital y de la fertilidad. Interesantísimos pero sin relación alguna con los numerosos ejemplos, concretos, que descubrimos en el mundo romano. Viene esto a cuento de que Morford sitúa a estos jardines como un modelo ideal, mítico, de jardín para el Renacimiento. Y ciertamente no podría haber sido de otro modo puesto que no existen descripciones de traza o de estructura sino tan sólo de detalles. Se trata, en resumidas cuentas, de descripciones idealizadas y no realistas, que dan pábulo a la sugestión pero no aportan gran cosa desde un punto de vista materialista, que es el que importa cuando se trata de llegar a la, pedestre, tarea de plantar un jardín.

Una anotación importante es la que se refiere al carácter práctico, productivo, de los jardines griegos, más cercanos a los huertos que a los jardins de plaisir. En toda la Antigüedad no fue de otro modo y hay que llegar hasta la ferme ornée del XVIII para ver cómo ambas facetas se segregan definitivamente. Incluso hoy se manifiesta en parques públicos y privados una fuerte tendencia a usar vegetales que recuerdan o suponen la relación con la productividad de la tierra: véanse el uso de repollos coloreados en macizos de temporada invernal y el uso de frutales en calles y parques.

Morford alude a los jardines que servían de sede a escuelas filósoficas en Grecia. Es llamativo que Zenón enseñara en un pórtico (la stoa poikilé, la puerta pintada) seguramente anejo a una zona ajardinada o de carácter naturalista, mientras la Academia, el Liceo o la escuela de Epicuro estaban situados en jardines, o lo que podemos hoy entender por tales. Quizá sea por aquí por donde el paseo a cubierto o protegido combina filosofía y aire libre, y puede que jardín, aunque los peripatéticos, como ya sabemos, eran justamente los liceístas de Aristóteles, que disponían de amplios terrenos plantados. De modo que la cuestión estoica queda, por este lado, un tanto debilitada.

Pero, naturalmente, la cuestión del lógos (traducida convenientemente por ratio y razón, aunque el latín y el castellano dan menos de sí que el original griego) se transforma también en otras cosas. Por ejemplo, en la ordenación del jardín y sus parterres, según indica Morford. El orden, pero también la variedad de la vida, aparecen así en el jardín. El autor señala así mismo algunos aspectos que hacen de éste, concebido de así, un jardín estoico: el orden limita la ansiedad con la que el propietario mira su jardín, todo está en su sitio, según una razón universal. El otium que se desarrolla en el jardín es de tipo activo, lo que seguramente supone contacto con la naturaleza al tiempo que el visitante se emplea en el ejercicio de la razón, de la filosofía. El negotium es, justamente, el pensamiento, el ejercicio de la filosofía. Añade Morford que mediante el jardín, el filósofo estoico se yergue por encima de las limitaciones del cuerpo humano y, al abandonar el páthos de su vida humana (la ansiedad, el temor), logra una auténtica libertad sometida sólo al rigor de la razón que, en esa época, en Europa, se resume en Dios. Resulta así una conciliación de estoicismo y cristianismo. No me parece tan claro, sin embargo, el hecho de que el filósofo estoico trascienda las limitaciones de su cuerpo gracias al jardín, como no sea debido al integración del hombre en un medio natural ordenado, deudor por tanto de la Naturaleza y por tanto de Dios, en una especie de panteísmo que, quizá preludia el tan traído y llevado de Spinoza.

El resto del texto de Morford se refiere a cuestiones concretas que tienen más que ver con la estética Renacentista y la horticultura holandesa de la época que con la filosofía estoica. El autor dedica algunas páginas a estudiar el tipo de actividad jardinera y los contactos que mantenía Lipsius. Interesante pero que se aleja ya de mis intereses de momento. El texto de Morford, no obstante ser, desde mi punto de vista, un tanto farragoso y truncado, ofrece una perspectiva sugerente para el estudio de las corrientes filosóficas en relación con los jardines de una determinada época. Más adelante comentaré, seguro, algunas investigaciones mías que van por este camino y que tienen que ver con un futuro congreso. De momento, me detengo aquí.

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