viernes, 27 de abril de 2007

De etimologías mal entendidas

Desde que Heidegger pusiese de moda los estudios etimológicos para adentrarse en las fuentes del conocimiento, la etimología se ha convertido en herramienta hermenéutica de primera magnitud. A veces, no muy bien empleada. Anne van Erp-Houtepen en "The etymological origin of the garden" (Journal of Garden History, vol. 6, nº3, pp. 227-231) intenta trazar, en efecto, ese origen, pero comete dos errores que a estas alturas del siglo XXI considero relevantes y poco disculpables.

El primero es que, implícitamente, se confunde el origen etimológico con el origen auténtico del jardín. Es cosa común, y aunque muchos saben (y creen) que el mundo no comenzó tal y como cuenta el Génesis, dan por hecho que el jardín como paraíso sólo funciona desde la época de escritura del texto sagrado. Olvidan que hubo otras culturas anteriores, olvidan que la herramienta y la función preceden al nombre, olvidan, en fin, que el mundo no se centra sólo en la cuenca mediterránea. Resulta difícil aceptar que una indagación tan simple como la de Anne van Erp-Houtepen pretenda pasar por una investigación filológica seria que arroje luz (cosa que podría hacer) sobre la idea de jardín en distintas culturas.

El segundo error es, muy posiblemente, consecuencia del primero. La autora termina por referirse casi sólo al ámbito anglosajón dejando a un lado otros idiomas, que sólo aparecen de modo tangencial. Es decir, que el origen etimológico parece estar centrado en una sola lengua o tronco lingüístico, con lo que la importancia del asunto, la idea de jardín, pasa a ser algo así como patrimonio de esa cultura. Con ser inadmisible este enfoque, me parece aún más peligroso otro aspecto: su falsedad. Me da igual si Anne van Erp-Houtepen sabe o no, si cree o no, si ha investigado o no lo que cuenta. De fingidores está el mundo lleno. Pero hacerlo pasar por bueno, bajo la etiqueta de una investigación seria supone confundir la buena voluntad del lector poco avisado. Me sorprende incluso que el Journal aceptara su publicación porque científicamente es un artículo bien flojo. Veámoslo en algunos de sus puntos más débiles.

Para dar una definición del jardín acude a la de Repton en sus Fragments on Landscape Gardening and Architecture, de 1816, en la que el célebre paisajista lo califica como "trozo de terreno vallado para defenderlo del ganado y apropiado para el uso y placer del hombre y está, o debería estar, cultivado". Que Repton lo definiera así es comprensible. Que se acuda a esa definición como representativa es lo contrario: del todo incomprensible. Claro que Anne van Erp-Houtepen admite que sólo ha consultado el Oxford Dictionary y añade en nota al pie "I also consulted several etymological and common dictionaries of the other languages mentioned in this article" (p. 231, n.2), pero, cosa rara, no los cita. Y debería, porque las lenguas mencionadas son, según mi recuento: inglés (moderno y antiguo), griego, latín, español (que, sin ánimo chauvinista también tiene su faceta "antigua" que considerar, como todas las lenguas que han evolucionado de otras), italiano, francés, holandés, alemán, noruego (éste sí, antiguo), eslavo (no estoy muy seguro, pero supongo que aquí se refiere al antiguo eslavo, porque yo creo que hoy nadie habla eslavo sino derivados modernos de él), ruso, búlgaro, danés, frisio, sueco y persa. No sé si me dejo alguno. Pero en una cuenta de 16 o más (si contamos los "antiguos") una investigación etimológica que se precie y quiera servir de algo, ha de aportar una buena tanda de diccionarios con pelos y señales: estanterías enteras, diría yo. Porque coger al azar un diccionario búlgaro-inglés, por ejemplo, y dar la equivalencia de "ciudad" o de "jardín" entre ambas lenguas no es una investigación filológica. Es consultar un diccionario bilingüe.

Hay además algunos aspectos vidriosos que son, justamente, los que piden a gritos una investigación en serio. Un ejemplo. Cuando en castellano traducimos yard por "patio" estamos dando una equivalencia general pero ¿sabemos qué es un yard en Inglaterra? ¿Es equivalente el concepto al del patio cordobés, por ejemplo? Dar ese salto es admisible en el lenguaje común: los espacios son homogéneos conceptualmente hablando. Pero en el lenguaje técnico no debemos permitirnos semejantes equivalencias sin ahondar un poco más.

Se ve claro que la supuesta investigación etimológica es sólo linguocéntrica y más concretamente anglocéntrica. Eso hay que advertirlo en el título y no meterse en camisa de once varas con otros idiomas de los que nada se sabe. Si lo que quería la autora era "demostrar" que en la idea de jardín va implícita la idea de recinto cerrado o vallado, los resultados son esperpénticos: eso ya lo sabíamos desde antes de Repton y sin tener que acudir a Soto de Rojas.

No deja de ser discutible (pero la autora lo da por hecho, sin más) que la palabra park designe un hermano mayor de jardín. Su linguocentrismo queda patente en la frase que sigue: "It is also an area for cars to wait in: the car park" (p. 228). Podría haber añadido que otros idiomas, como el italiano, el francés o el español han adoptado de modo corriente la palabra "parking", con lo cual también puede aplicarse esa etimología a otras tres lenguas de golpe. No estoy seguro (habría que ir al Corominas, que no tengo a mano) pero "aparcar" es un término bastante antiguo y según el DRAE significa (¡en primera acepción!) disponer en un lugar adecuadamente los carruajes y los pertrechos de guerra. No me parece probable que el origen sea el park inglés, aunque podría ser, sino seguramente algún término anterior. Respecto a términos confusos, apunto solamente el asunto del hortus latino que para nosotros da "huerto" o "huerta" mientras importamos del francés (esto si recuerdo haberlo leído en el Corominas) la palabra "jardín". Todas estas acepciones, definiciones y equivalencias siguen estando oscuras y con pocos estudios de lingüística comparada.

Finalmente, por no insistir más, remito como resumen del enfoque de Anne van Erp-Houtepen, pobretón y acientífico, a la frase: "Finally going back to the very first garden, which, as Francis Bacon puts it 'God Himself planted' we arrive in paradise". Habría sido de agradecer que, por lo menos, la autora se remontase al Génesis y no acudiera a la autoridad del texto baconiano. Bacon, un filósofo al que he estudiado con esmero, goza (con sus debilidades mundanas por los cargos y el dinero, pero también con su valiente denuncia de los idola) de todas mis simpatías, pero no sirve para hablar del paraíso como jardín. La suya es una referencia obvia (aparece como cita liminar en mi libro Historia de los estilos en jardinería) pero sólo eso. No aporta nada ahí salvo literatura.

Todo esto me remite al inicio: la investigación etimológica es importante, casi diría crucial, para entender el concepto, la idea de jardín. Pero no de esta manera amateur y sesgada. Por desgracia, el calado del mar que debemos explorar es muchísimo mayor. Conocerlo supone un estudio más detenido, científico y prolijo que éste.

2 comentarios:

blog coletivo da paisagem dijo...

Gracias!!

Juan Guerra dijo...

Grandioso análisis. Estoy completamente de acuerdo con esa lógica.