La profesión y sus nombres
Resulta importante tener un nombre porque el nombre define, sitúa, organiza el caos. La importancia de la labor de nombrar las cosas del mundo se ha reflejado en todos los mitos del origen y todavía hoy, en un mundo en que el código genético y los números identificativos van haciéndose un hueco cada vez más importante, las personas tienden a valorar mucho su nombre y sus apellidos. Son contados los casos en que un individuo cambia alguno de ellos, generalmente por un rechazo hacia la vinculación que el nombre supone, como su relación con un pariente delincuente u otras nada comunes.
Lo que quiere decir que el nombre se toma como parte de uno y definitorio con respecto a uno mismo. De modo que elegir nombre, nombrar, designar con un apelativo no es nada trivial. Por el contrario, es fundamental.
En la profesión de los que hacen, se ocupan o piensan sobre jardines, al menos en España falta esa definición del nombre. No voy a hacer historia ni un repaso exhaustivo de los nombres que se nos dan o los que nosotros mismos nos atribuimos pero sí analizaré con cierto detalle tres de ellos, que son, por otra parte, los más corrientes y los que siempre terminan por estar encima de la mesa a la hora de las firmas, las influencias y los repartos. Que no son pocos, como se verá.
El más elemental, es el de jardinero. Su historia es larga, pero no tanto como se cree, ya que su aparición depende de la voz "jardín" que parece que procede de Francia en fecha incierta, pero desde luego no parece que antes del siglo XV. "Jardinero" tiene un inconveniente grave: entre nosotros lo es quien cultiva un jardín, quien se dedica a la tarea de cuidarlo. "Por oficio" señala el DRAE, lo que viene a equivaler, lingüística y socialmente, a un trabajo manual. De modo que no es difícil encontrar profesionales titulados que rechazan ser "jardineros" porque su profesión no se acomoda a ese oficio. Y no les falta razón, aunque parezca algo clasista señalarlo. Contaré una anécdota propia que demuestra que esto está más extendido de lo que parece. En su momento, preguntaron a mi hija pequeña en la guardería en qué trabajaban sus padres, qué "eran". Con su madre no tuvo dificultad porque es enfermera y trabajaba como tal. Conmigo no sabía. Me preguntó. Para ahorrarle disquisiciones (sólo tenía 3 o 4 años) le dije que su padre, yo, era jardinero. Su madre, entonces mi mujer, se enfadó mucho conmigo porque pensaba que me desmerecía al calificarme yo mismo de tal. Que yo tenía un título. Que las cosas no eran así. Que todos mis colegas eran mucho más rimbombantes que yo. Etcétera.
En los últimos tiempos se oye hablar de "paisajista", que es una versión ilustrada, más amplia (y por ello menos definida) de lo anterior. Lo es, en varios sentidos. Por un lado, "paisaje" amplía en la medida que se quiera el término "jardín". Se habla de "paisaje urbano", "paisaje industrial" y otros muchos, y cuando se trata del "verde" en general o en concreto, "paisaje" tiende a comprenderse entonces como el jardín en sentido amplio, con todos sus adminículos modernos y todas sus pretensiones actuales. Incluida la extensión. Pero "paisajista" tiene, al menos, dos defectos. El primero de ellos es el histórico: se refiere primordialmente al pintor de paisajes. Sólo recientemente ha reconocido el DRAE la segunda acepción referida al "especialista en la creación de parques y jardines y en la planificación y conservación del entorno natural". Todavía hay mucha gente que cree que este "especialista" es un pintor de montes, cascadas y arboledas. No es grave el defecto pero sí molesto. Es como si un empresario tuviera que aclarar continuamente que lo suyo es la empresa y no la pintura. O como si un escritor tuviera que explicar de continuo que sólo escribe, que no pinta. Molestias, pequeñas si se quiere, pero molestias al fin y al cabo. El segundo inconveniente es más específico. Paisajista supone definir primero qué es el paisaje para saber cuál es el campo de juego del oficio. Esta es una tarea que conlleva dificultades y no pocos matices y que, sinceramente, está por hacer. Teniendo en cuenta que biólogos, químicos o filólogos añaden muchas veces adjetivos de especialización a sus titulaciones, no parece que ser paisajista y señalar que se especializa uno en "paisaje natural" o "paisaje urbano" sea algo raro. Tampoco es especialmente grave aunque sí importante, sobre todo si se trata de delimitar el tipo de actuación que debe llevar a cabo el paisajista. Es, por lo demás, mi opción favorita, entendiéndose que ninguna de las tres que expongo me gusta en exceso.
La última es la auténticamente conflictiva y, desgraciadamente, es la más extendida y la que cuenta con más adeptos. Trataré de desentrañar por qué a mí me parece que no debe emplearse o al menos, qué connotaciones presenta en el mundo que nos rodea. Hago la salvedad de que, seguramente, el caso no es extrapolable a otros países próximos, pero creo que es plenamente válido para España. Se trata de la expresión "arquitecto paisajista".
La noble palabra "arquitecto", y con ella, "arquitectura", tiene un origen muy antiguo. Pues su raíz está en arjé, el principio, el fundamento y por tanto, arquitectura es el arte de proyectar y construir edificios" (no otra cosa: ni puentes, ni automóviles, ni jardines), aunque solemos usar la palabra "arquitectura" con el sentido de "estructura", "organización interna" y es en tal sentido en el que el DRAE admite una segunda acepción como "estructura lógica y física de los componentes de un ordenador". No tengo empacho en admitir también que la palabra "arquitectura" se utilice como definitoria de una estructuración interna de un sistema político, de una organización religiosa o de un pensamiento filosófico. Me parece una buena metáfora siempre que no pretenda adueñarse de lo que no es suyo. Y tal es el caso, me parece, de los jardines.
Es verdad que para ello suele hacerse referencia a la historia, pero es una referencia incompleta e interesada. En el mundo romano, del que hemos tomado tantas cosas, no había jardineros pero tampoco arquitectos en el jardín. Había villici y hortulani. También topiari. Ellos hacían, diseñaban y mantenían los jardines. Los ingenieros hidráulicos como Frontinus se dedicaban a las conducciones de agua. Los arquitectos como Vitrubio a las edificaciones. Que uno y otro hicieran referencias ocasionales a los jardines es tan natural como que Columela las hiciera en su libro X al agua o a las edificaciones que rodeaban al jardín. No es aquí donde habrá que buscar los ejemplos.
Tampoco entre los árabes. Sólo en el Renacimiento aparece esa fusión de ambas disciplinas, pero también aquí vemos cómo interesadamente al arquitecto se le suma el jardinero haciéndolos uno solo. Pero Bramante, Vignola y por supuesto Leonardo o Miguel Ángel, además de ser capaces de diseñar jardines, o edificios, también pintaban, escribían, investigaban. En la época de la que hablo, ser un uomo universale era, justamente, eso: serlo todo. No en vano seguimos hablando entre nosotros de quienes poseen conocimientos amplios, profundos y variados refiriéndonos a ellos como renacentistas.
Los franceses, y muchos menos los ingleses, tampoco confundieron arquitectos y jardineros en las épocas de brillantez de sus respectivos estilos de jardín. Por el contrario, en determinados lugares, fueron los jardineros lo que impusieron sus leyes y sus proporciones o trabajaron a la misma altura que los autores de las edificaciones. Le Nôtre fue el más significativo en Francia, pero Repton, que fue el primer "jardinero paisajista" reformaba fachadas y proponía cambios en los edificios, siendo así que su primera tarea era la de jardinero. La situación era la contraria a la que se pretende ejemplificar.
Trazar el modo en que se ha llegado a la situación actual es arduo y requiere un estudio a fondo. Pero se ve con bastante nitidez que no hay una razón histórica especial, antigua, para llegar a esta situación. Y sí una reciente. Los arquitectos, agrupados (siempre en España) obligadamente en colegios profesionales, forman uno de los sectores profesionales más poderosos. La razón es bien sencilla: cualquier vivienda que deba cumplir unos mínimos requisitos de seguridad y habitabilidad (en los países occidentales) debe hacerse conforme a un proyecto. Ese proyecto sólo pueden redactarlo los arquitectos. Es su modo de vida. Por ello cobran. Y eso les hace poderosos. Todos necesitamos una vivienda. Y eso les da trabajo y poder.
Nada que objetar a todo ello; no seré yo quien pida que mi casa la haga un médico o un filósofo. Descuiden que si tengo que encargársela a alguien iré a un estudio de arquitectura, el mejor que pueda encontrar. Pero las edificaciones se instalan sobre un suelo. Y ese suelo, además de una propiedad jurídica, debe organizarse para la construcción de edificios. ¿Qué mejor candidato que la persona que vaya a construirlo? Los arquitectos entonces se convierten en urbanistas. Tampoco nada que objetar, aunque sin apasionamientos, ya hay que admitir que este aspecto surge a partir de otros, es una situación sobrevenida. No está tan claro que ingenieros, ecólogos o sociólogos no tengan nada que decir en el urbanismo. De hecho, tienen mucho que decir, lo mismo que el paisajista. Éste no es más que un aspecto derivado, por mucha antigüedad que tenga. Y hay que señalarlo porque aquí se da una trampa, piadosa, pero trampa al fin. Si en un texto sumerio se habla del arquitecto que traza los planos de una ciudad en ese imperio ¿cómo podemos saber que la traducción correspondiente de esa palabra sumeria designa precisamente al que se ocupa de la construcción o, por el contrario, se traduce por arquitecto, es decir, con las implicaciones semánticas actuales, porque es lo que se hace entre nosotros? Creo que aquí hay una petición de principio. La pregunta parece retórica pero no lo es: muestra que si yo me equivoco, este artículo debe enviarse a la papelera. Pero que si acierto, el lenguaje, como bien sabemos, puede resultar muy, pero que muy, interesado. Habida cuenta de que arquitecto y arquitectura provienen del latín y anteriormente del griego, hablar de cómo traducir el sumerio 1.000 años anterior a esas culturas no es, en absoluto, banal. La traducción no puede traicionar interesadamente el texto. Podemos admitir que llamemos arquitecto a aquel funcionario que trazaba las ciudades siempre que no se olvide que no es el precedente de los arquitectos urbanistas actuales, sino el precedente de quien traza las ciudades. El nombre que le añadimos está lastrado por el interés propio.
Todavía falta un paso más. Y es que el urbanismo, que se desarrolla sobre el suelo, parece tener una continuidad natural en cualquier espacio que haya de organizarse, sea una zona de paso, deportiva, natural o ajardinada. ¿Qué más natural que un candidato urbanista para cubrir el puesto de organizador del suelo? ¿Del suelo ajardinado, por ejemplo? Hasta el más escéptico ha de aceptar que, desde luego, hay un corrimiento (y hasta el momento de apariencia legítima) de funciones, para ocuparse de más y más cosas interrelacionadas.
¿Por qué digo que es legítima su apariencia? Porque entra de lleno en el oficio de quien cuida y trabaja en los jardines. Si fuéramos entidades individuales completamente autónomas, cada cual haría su oficio sin preocuparse de los demás. Pero existe una categoría, que los marxistas han visto con mucha claridad, denominada trabajo. Y una división del mismo, lo que inevitablemente conlleva que unos se dediquen a unas cosas y otros a otras. Más: que haya una jerarquización a la que además nos lleva la propia estructuración social y técnica contemporánea. Alguien tiene que mandar, por decirlo de manera simple. ¿Quién mejor para organizar los espacios verdes de la ciudad que la persona que, titulación mediante, sabe de construcción y urbanismo, mientras que el jardinero, con sólo su oficio, debe limitarse a lo suyo, a plantar y a podar? La pregunta es hiriente y supongo que nadie la aceptará como su planteamiento. Pero yo no escribo esto para complacer. Lo escribo para intentar aclarar. A mí me parece que el argumento es irreprochable y está en la base de nuestra organización social. Y lo peor del caso no es ni siquiera esto. Lo peor es que esta organización se sostiene sobre la base de un corporativismo colegiado y obligado como he señalado antes. ¿Alguien cree que los arquitectos tendrían la repercusión artística, política y mediática que tienen si tuvieran otra profesión? No. Es claro que lo uno lleva a lo otro. Y por ello no se puede aceptar esa ampliación interesada de su espectro hacia el jardín. Al menos no sin una reflexión previa. Oir, como se oye, en foros relacionados con los jardines y el paisaje que los arquitectos son los diseñadores de jardines por naturaleza propia es tragarse de un golpe todas estas consideraciones y llegar a la conclusión sin una mínima reflexión previa. Si alguien debe decir algo en contra de estos argumentos, debe argumentar contra lo que digo, no contra una u otra profesión.
Porque por si alguien lo ha olvidado, estoy hablando de terminología, no de profesiones. Que un arquitecto haga jardines no me importa en absoluto si cumple los requisitos que haya que cumplir. Cuáles y quién deba hacerlos cumplir es otra cosa. Como tampoco me importa que un arquitecto practique la medicina o pilote aviones comerciales. Cumpliendo los requisitos: es decir, haciéndose médico o piloto, tras años de estudios y de preparación, con sus prácticas correspondientes. ¿Y jardinero? No, tampoco me importa, tras años de preparación y prácticas. ¡Pero hombre!, se me dirá. ¿Para qué va a estudiar un arquitecto jardinería o paisajismo si eso ya se ha comprobado históricamente que está en sus atribuciones? Y además ¿jardinero? ¿O paisajista? No, hombre: tendrá que ser, en todo caso, arquitecto paisajista.
Se cierra el círculo. ¿Se ve clara la trampa lingüística que lleva a la de las atribuciones, se sustenta en ésta y se basa en sucesivas aproximaciones? Es lo único que digo. Sé que habrá quien me entienda mal, pero a quien le ocurra, le pido por favor que relea hasta entender. Yo no hablo de intrusismo profesional, ni de proyectos que se pagan o no, ni de técnicas, ni siquiera hablo de conocimientos necesarios. Hablo sólo de nombres (jardinero, paisajista, arquitecto paisajista) y digo lo que me parece cada uno de ellos. E insisto en que lo mismo que "jardinero" se ve lastrado por sus connotaciones manuales y que "paisajista" tiene la pega de acercarse a la tarea del pintor, "arquitecto paisajista" sesga hacia los arquitectos (que tienen otras funciones) las tareas propias del paisajista. Que no pocas veces van contra la arquitectura y el urbanismo dominante.
Y sólo como añadido curioso: la palabra "paisajista" engloba a los dos sexos, cosa que no ocurre con las otras dos. ¿No parece una opción mejor?
Lo que quiere decir que el nombre se toma como parte de uno y definitorio con respecto a uno mismo. De modo que elegir nombre, nombrar, designar con un apelativo no es nada trivial. Por el contrario, es fundamental.
En la profesión de los que hacen, se ocupan o piensan sobre jardines, al menos en España falta esa definición del nombre. No voy a hacer historia ni un repaso exhaustivo de los nombres que se nos dan o los que nosotros mismos nos atribuimos pero sí analizaré con cierto detalle tres de ellos, que son, por otra parte, los más corrientes y los que siempre terminan por estar encima de la mesa a la hora de las firmas, las influencias y los repartos. Que no son pocos, como se verá.
El más elemental, es el de jardinero. Su historia es larga, pero no tanto como se cree, ya que su aparición depende de la voz "jardín" que parece que procede de Francia en fecha incierta, pero desde luego no parece que antes del siglo XV. "Jardinero" tiene un inconveniente grave: entre nosotros lo es quien cultiva un jardín, quien se dedica a la tarea de cuidarlo. "Por oficio" señala el DRAE, lo que viene a equivaler, lingüística y socialmente, a un trabajo manual. De modo que no es difícil encontrar profesionales titulados que rechazan ser "jardineros" porque su profesión no se acomoda a ese oficio. Y no les falta razón, aunque parezca algo clasista señalarlo. Contaré una anécdota propia que demuestra que esto está más extendido de lo que parece. En su momento, preguntaron a mi hija pequeña en la guardería en qué trabajaban sus padres, qué "eran". Con su madre no tuvo dificultad porque es enfermera y trabajaba como tal. Conmigo no sabía. Me preguntó. Para ahorrarle disquisiciones (sólo tenía 3 o 4 años) le dije que su padre, yo, era jardinero. Su madre, entonces mi mujer, se enfadó mucho conmigo porque pensaba que me desmerecía al calificarme yo mismo de tal. Que yo tenía un título. Que las cosas no eran así. Que todos mis colegas eran mucho más rimbombantes que yo. Etcétera.
En los últimos tiempos se oye hablar de "paisajista", que es una versión ilustrada, más amplia (y por ello menos definida) de lo anterior. Lo es, en varios sentidos. Por un lado, "paisaje" amplía en la medida que se quiera el término "jardín". Se habla de "paisaje urbano", "paisaje industrial" y otros muchos, y cuando se trata del "verde" en general o en concreto, "paisaje" tiende a comprenderse entonces como el jardín en sentido amplio, con todos sus adminículos modernos y todas sus pretensiones actuales. Incluida la extensión. Pero "paisajista" tiene, al menos, dos defectos. El primero de ellos es el histórico: se refiere primordialmente al pintor de paisajes. Sólo recientemente ha reconocido el DRAE la segunda acepción referida al "especialista en la creación de parques y jardines y en la planificación y conservación del entorno natural". Todavía hay mucha gente que cree que este "especialista" es un pintor de montes, cascadas y arboledas. No es grave el defecto pero sí molesto. Es como si un empresario tuviera que aclarar continuamente que lo suyo es la empresa y no la pintura. O como si un escritor tuviera que explicar de continuo que sólo escribe, que no pinta. Molestias, pequeñas si se quiere, pero molestias al fin y al cabo. El segundo inconveniente es más específico. Paisajista supone definir primero qué es el paisaje para saber cuál es el campo de juego del oficio. Esta es una tarea que conlleva dificultades y no pocos matices y que, sinceramente, está por hacer. Teniendo en cuenta que biólogos, químicos o filólogos añaden muchas veces adjetivos de especialización a sus titulaciones, no parece que ser paisajista y señalar que se especializa uno en "paisaje natural" o "paisaje urbano" sea algo raro. Tampoco es especialmente grave aunque sí importante, sobre todo si se trata de delimitar el tipo de actuación que debe llevar a cabo el paisajista. Es, por lo demás, mi opción favorita, entendiéndose que ninguna de las tres que expongo me gusta en exceso.
La última es la auténticamente conflictiva y, desgraciadamente, es la más extendida y la que cuenta con más adeptos. Trataré de desentrañar por qué a mí me parece que no debe emplearse o al menos, qué connotaciones presenta en el mundo que nos rodea. Hago la salvedad de que, seguramente, el caso no es extrapolable a otros países próximos, pero creo que es plenamente válido para España. Se trata de la expresión "arquitecto paisajista".
La noble palabra "arquitecto", y con ella, "arquitectura", tiene un origen muy antiguo. Pues su raíz está en arjé, el principio, el fundamento y por tanto, arquitectura es el arte de proyectar y construir edificios" (no otra cosa: ni puentes, ni automóviles, ni jardines), aunque solemos usar la palabra "arquitectura" con el sentido de "estructura", "organización interna" y es en tal sentido en el que el DRAE admite una segunda acepción como "estructura lógica y física de los componentes de un ordenador". No tengo empacho en admitir también que la palabra "arquitectura" se utilice como definitoria de una estructuración interna de un sistema político, de una organización religiosa o de un pensamiento filosófico. Me parece una buena metáfora siempre que no pretenda adueñarse de lo que no es suyo. Y tal es el caso, me parece, de los jardines.
Es verdad que para ello suele hacerse referencia a la historia, pero es una referencia incompleta e interesada. En el mundo romano, del que hemos tomado tantas cosas, no había jardineros pero tampoco arquitectos en el jardín. Había villici y hortulani. También topiari. Ellos hacían, diseñaban y mantenían los jardines. Los ingenieros hidráulicos como Frontinus se dedicaban a las conducciones de agua. Los arquitectos como Vitrubio a las edificaciones. Que uno y otro hicieran referencias ocasionales a los jardines es tan natural como que Columela las hiciera en su libro X al agua o a las edificaciones que rodeaban al jardín. No es aquí donde habrá que buscar los ejemplos.
Tampoco entre los árabes. Sólo en el Renacimiento aparece esa fusión de ambas disciplinas, pero también aquí vemos cómo interesadamente al arquitecto se le suma el jardinero haciéndolos uno solo. Pero Bramante, Vignola y por supuesto Leonardo o Miguel Ángel, además de ser capaces de diseñar jardines, o edificios, también pintaban, escribían, investigaban. En la época de la que hablo, ser un uomo universale era, justamente, eso: serlo todo. No en vano seguimos hablando entre nosotros de quienes poseen conocimientos amplios, profundos y variados refiriéndonos a ellos como renacentistas.
Los franceses, y muchos menos los ingleses, tampoco confundieron arquitectos y jardineros en las épocas de brillantez de sus respectivos estilos de jardín. Por el contrario, en determinados lugares, fueron los jardineros lo que impusieron sus leyes y sus proporciones o trabajaron a la misma altura que los autores de las edificaciones. Le Nôtre fue el más significativo en Francia, pero Repton, que fue el primer "jardinero paisajista" reformaba fachadas y proponía cambios en los edificios, siendo así que su primera tarea era la de jardinero. La situación era la contraria a la que se pretende ejemplificar.
Trazar el modo en que se ha llegado a la situación actual es arduo y requiere un estudio a fondo. Pero se ve con bastante nitidez que no hay una razón histórica especial, antigua, para llegar a esta situación. Y sí una reciente. Los arquitectos, agrupados (siempre en España) obligadamente en colegios profesionales, forman uno de los sectores profesionales más poderosos. La razón es bien sencilla: cualquier vivienda que deba cumplir unos mínimos requisitos de seguridad y habitabilidad (en los países occidentales) debe hacerse conforme a un proyecto. Ese proyecto sólo pueden redactarlo los arquitectos. Es su modo de vida. Por ello cobran. Y eso les hace poderosos. Todos necesitamos una vivienda. Y eso les da trabajo y poder.
Nada que objetar a todo ello; no seré yo quien pida que mi casa la haga un médico o un filósofo. Descuiden que si tengo que encargársela a alguien iré a un estudio de arquitectura, el mejor que pueda encontrar. Pero las edificaciones se instalan sobre un suelo. Y ese suelo, además de una propiedad jurídica, debe organizarse para la construcción de edificios. ¿Qué mejor candidato que la persona que vaya a construirlo? Los arquitectos entonces se convierten en urbanistas. Tampoco nada que objetar, aunque sin apasionamientos, ya hay que admitir que este aspecto surge a partir de otros, es una situación sobrevenida. No está tan claro que ingenieros, ecólogos o sociólogos no tengan nada que decir en el urbanismo. De hecho, tienen mucho que decir, lo mismo que el paisajista. Éste no es más que un aspecto derivado, por mucha antigüedad que tenga. Y hay que señalarlo porque aquí se da una trampa, piadosa, pero trampa al fin. Si en un texto sumerio se habla del arquitecto que traza los planos de una ciudad en ese imperio ¿cómo podemos saber que la traducción correspondiente de esa palabra sumeria designa precisamente al que se ocupa de la construcción o, por el contrario, se traduce por arquitecto, es decir, con las implicaciones semánticas actuales, porque es lo que se hace entre nosotros? Creo que aquí hay una petición de principio. La pregunta parece retórica pero no lo es: muestra que si yo me equivoco, este artículo debe enviarse a la papelera. Pero que si acierto, el lenguaje, como bien sabemos, puede resultar muy, pero que muy, interesado. Habida cuenta de que arquitecto y arquitectura provienen del latín y anteriormente del griego, hablar de cómo traducir el sumerio 1.000 años anterior a esas culturas no es, en absoluto, banal. La traducción no puede traicionar interesadamente el texto. Podemos admitir que llamemos arquitecto a aquel funcionario que trazaba las ciudades siempre que no se olvide que no es el precedente de los arquitectos urbanistas actuales, sino el precedente de quien traza las ciudades. El nombre que le añadimos está lastrado por el interés propio.
Todavía falta un paso más. Y es que el urbanismo, que se desarrolla sobre el suelo, parece tener una continuidad natural en cualquier espacio que haya de organizarse, sea una zona de paso, deportiva, natural o ajardinada. ¿Qué más natural que un candidato urbanista para cubrir el puesto de organizador del suelo? ¿Del suelo ajardinado, por ejemplo? Hasta el más escéptico ha de aceptar que, desde luego, hay un corrimiento (y hasta el momento de apariencia legítima) de funciones, para ocuparse de más y más cosas interrelacionadas.
¿Por qué digo que es legítima su apariencia? Porque entra de lleno en el oficio de quien cuida y trabaja en los jardines. Si fuéramos entidades individuales completamente autónomas, cada cual haría su oficio sin preocuparse de los demás. Pero existe una categoría, que los marxistas han visto con mucha claridad, denominada trabajo. Y una división del mismo, lo que inevitablemente conlleva que unos se dediquen a unas cosas y otros a otras. Más: que haya una jerarquización a la que además nos lleva la propia estructuración social y técnica contemporánea. Alguien tiene que mandar, por decirlo de manera simple. ¿Quién mejor para organizar los espacios verdes de la ciudad que la persona que, titulación mediante, sabe de construcción y urbanismo, mientras que el jardinero, con sólo su oficio, debe limitarse a lo suyo, a plantar y a podar? La pregunta es hiriente y supongo que nadie la aceptará como su planteamiento. Pero yo no escribo esto para complacer. Lo escribo para intentar aclarar. A mí me parece que el argumento es irreprochable y está en la base de nuestra organización social. Y lo peor del caso no es ni siquiera esto. Lo peor es que esta organización se sostiene sobre la base de un corporativismo colegiado y obligado como he señalado antes. ¿Alguien cree que los arquitectos tendrían la repercusión artística, política y mediática que tienen si tuvieran otra profesión? No. Es claro que lo uno lleva a lo otro. Y por ello no se puede aceptar esa ampliación interesada de su espectro hacia el jardín. Al menos no sin una reflexión previa. Oir, como se oye, en foros relacionados con los jardines y el paisaje que los arquitectos son los diseñadores de jardines por naturaleza propia es tragarse de un golpe todas estas consideraciones y llegar a la conclusión sin una mínima reflexión previa. Si alguien debe decir algo en contra de estos argumentos, debe argumentar contra lo que digo, no contra una u otra profesión.
Porque por si alguien lo ha olvidado, estoy hablando de terminología, no de profesiones. Que un arquitecto haga jardines no me importa en absoluto si cumple los requisitos que haya que cumplir. Cuáles y quién deba hacerlos cumplir es otra cosa. Como tampoco me importa que un arquitecto practique la medicina o pilote aviones comerciales. Cumpliendo los requisitos: es decir, haciéndose médico o piloto, tras años de estudios y de preparación, con sus prácticas correspondientes. ¿Y jardinero? No, tampoco me importa, tras años de preparación y prácticas. ¡Pero hombre!, se me dirá. ¿Para qué va a estudiar un arquitecto jardinería o paisajismo si eso ya se ha comprobado históricamente que está en sus atribuciones? Y además ¿jardinero? ¿O paisajista? No, hombre: tendrá que ser, en todo caso, arquitecto paisajista.
Se cierra el círculo. ¿Se ve clara la trampa lingüística que lleva a la de las atribuciones, se sustenta en ésta y se basa en sucesivas aproximaciones? Es lo único que digo. Sé que habrá quien me entienda mal, pero a quien le ocurra, le pido por favor que relea hasta entender. Yo no hablo de intrusismo profesional, ni de proyectos que se pagan o no, ni de técnicas, ni siquiera hablo de conocimientos necesarios. Hablo sólo de nombres (jardinero, paisajista, arquitecto paisajista) y digo lo que me parece cada uno de ellos. E insisto en que lo mismo que "jardinero" se ve lastrado por sus connotaciones manuales y que "paisajista" tiene la pega de acercarse a la tarea del pintor, "arquitecto paisajista" sesga hacia los arquitectos (que tienen otras funciones) las tareas propias del paisajista. Que no pocas veces van contra la arquitectura y el urbanismo dominante.
Y sólo como añadido curioso: la palabra "paisajista" engloba a los dos sexos, cosa que no ocurre con las otras dos. ¿No parece una opción mejor?
2 comentarios:
Según la gramática española, el masculino es el término no marcado y engloba a los dos sexos. Así que hablar de arquitecto o de jardinero no es hablar de arquitecto o jardinero de sexo masculino. Puede ser de cualquiera de los dos. Si decimos "el hombre es mortal" en español no hablamos sólo de los de sexo masculino. El problema que hay ahora con este tema es político no lingüístico.
Tienes toda la razón. Quise decir, sin más, que "paisajista" ni siquiera ofrecía ese aspecto genérico que hay quien tacha de masculino simplemente porque no sabe que lo está usando como tal, para los dos géneros. Pero en fin, lo principal era la disquisición anterior, no tanto la lingüística final.
Saludos y gracias por tu comentario.
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